ALMAS ROTAS I

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Devan Amorgui

Mis peores pesadillas comienzan siempre, y justo cuando abro la luz de las dos ventanas y comprendo cuán encadenada y condicionada es la existencia de las almas que se creen libres.

Si el alma existe, no es ninguna fábula. De sus fragmentos dispersados —recuerden, el alma se estrelló en contra de un sendero—, yo, siendo poeta y estando muy cerca del accidente fatal, quise reunir las partes esenciales, y no pude ordenarlas como se merece. Lo único que pude hacer para morigerar mi dolor fue comenzar a escribir lo que brotó de mi corazón afligido, de mi consciencia martirizada, espoleado por el estro al contemplar esa alma rota.

Yo había visto, a lo largo y ancho de mi rodar por innumerables senderos, a almas rotas; no era la primera vez...

Al terminar de reunir sus teselas dentro de este florilegio, me sentí emancipado, pero no del todo, aunque el espíritu de la pesadez se había desvanecido. Vi mariposas revoloteando a mi alrededor con sus vivos colores —otros dirán luciérnagas, ángeles, mónadas de luz—, oí risas de júbilo —según las buenas nuevas, esos seres deben de ser el coro celestial—, y comprendí, efectivamente, que era un signo inequívoco de que aquellas mariposas eran almas redimidas y emancipadas de la putrefacta carne, y que ellas alcanzaron por fin la salud y la beatitud en el reino de la inmortalidad y la inmutabilidad. No quiero equivocarme pensando en el cazador de fantasmas con su red y su pica, que va buscándolas, intentando clavarlas en pleno vuelo...

¡No! No quiero pensar en eso. Soñador, y no quiero sentirme atormentado nuevamente por esas pesadillas.

Devan Amorgui

Mis peores pesadillas comienzan siempre, y justo cuando abro la luz de las dos ventanas y comprendo cuán encadenada y condicionada es la existencia de las almas que se creen libres.

Si el alma existe, no es ninguna fábula. De sus fragmentos dispersados —recuerden, el alma se estrelló en contra de un sendero—, yo, siendo poeta y estando muy cerca del accidente fatal, quise reunir las partes esenciales, y no pude ordenarlas como se merece. Lo único que pude hacer para morigerar mi dolor fue comenzar a escribir lo que brotó de mi corazón afligido, de mi consciencia martirizada, espoleado por el estro al contemplar esa alma rota.

Yo había visto, a lo largo y ancho de mi rodar por innumerables senderos, a almas rotas; no era la primera vez...

Al terminar de reunir sus teselas dentro de este florilegio, me sentí emancipado, pero no del todo, aunque el espíritu de la pesadez se había desvanecido. Vi mariposas revoloteando a mi alrededor con sus vivos colores —otros dirán luciérnagas, ángeles, mónadas de luz—, oí risas de júbilo —según las buenas nuevas, esos seres deben de ser el coro celestial—, y comprendí, efectivamente, que era un signo inequívoco de que aquellas mariposas eran almas redimidas y emancipadas de la putrefacta carne, y que ellas alcanzaron por fin la salud y la beatitud en el reino de la inmortalidad y la inmutabilidad. No quiero equivocarme pensando en el cazador de fantasmas con su red y su pica, que va buscándolas, intentando clavarlas en pleno vuelo...

¡No! No quiero pensar en eso. Soñador, y no quiero sentirme atormentado nuevamente por esas pesadillas.